Mi atracción por el escritor japonés Yasunari Kawabata nació, curiosamente, a partir de un libro que no era suyo: Estimado señor Kawabata (1998), del autor libanés Rashid Daíf. Bajo la forma de una carta al primer Premio Nobel japonés, esta novela contiene los recuerdos de juventud del escritor árabe durante la guerra civil que sacudió al país de los cedros entre 1975 y 1990. Nunca imaginé que una novela árabe me condujera a la lectura de las obras fundamentales de Kawabata, que han sentado las bases de la literatura japonesa moderna.
Tras la inspiradora lectura de Primera nieve en el monte Fuji (1958), una colección de cuentos, me adentré en Lo bello y lo triste (1964), la última novela de Kawabata. En ella, el escritor casado Oki Toshio decide viajar a Kyoto para oír las campanas del templo en el Año Nuevo y reencontrarse con Ueno Otoko, una hermosa pintora con la que tuvo un romance cuando esta era apenas una adolescente. Otoko vive con su protegida y discípula Keiko, que, con apenas veinte años, se deja llevar apasionadamente por sus emociones. Decidida a vengar a su mentora, Keiko hará lo posible por destruir al amante de Otoko y su hijo.
Tierna por momentos y, a la vez obsesiva, Keiko responde con incontrolable ira a los celos, confiriendo a la novela un frenético ritmo que oscila con una facilidad insospechada entre la delicadeza, los episodios poéticos, y la sed de venganza y destrucción.
En la novela Mil grullas (1952), Kawabata construye una historia entorno a la ceremoniosa tradición del té en Japón. En la novela, Kikuji inicia una relación con la amante de su padre fallecido mientras sufre el dominio de la amante rechazada por su progenitor, Chikako. Kawabata plantea una dura crítica a la ceremonia del té y en la novela plasma ilusiones frustradas, una especie de aspiración a la pureza inalcanzable, en una especie de burbuja teñida de desengaño.
Trágicamente, Kawabata sufrió el mismo destino que uno de sus personajes cuando se suicidó en 1972, cuatro años después de recibir el Nobel, pero su legado se llevó la estética japonesa a un público occidental más amplio y contribuye a formar una identidad moderna en la literatura japonesa.